Arquímedes de Siracusa
Mientras tomaba un baño, notó que el nivel de agua subía
en la bañera cuando entraba, y así se dio cuenta de que ese efecto podría ser
usado para determinar el volumen de la corona. Debido a que el agua no se puede
comprimir, la corona, al ser sumergida, desplazaría una cantidad de agua igual
a su propio volumen. Al dividir el peso de la corona por el volumen de agua
desplazada se podría obtener la densidad de la corona. La densidad de la corona
sería menor que la densidad del oro si otros metales menos densos le hubieran
sido añadidos. Cuando Arquímedes, durante el baño, se dio cuenta del
descubrimiento, se dice que salió corriendo desnudo por las calles, y que
estaba tan emocionado por su hallazgo que olvidó vestirse. Según el relato, en
la calle gritaba "¡Eureka!"
(en griego
antiguo: "εὕρηκα" que significa "¡Lo he
encontrado!")
Blaise Pascal
El principio de Pascal puede comprobarse utilizando una esfera hueca, perforada en
diferentes lugares y provista de un émbolo. Al llenar la
esfera con agua y ejercer presión sobre ella mediante el émbolo, se observa que
el agua sale por todos los agujeros con la misma velocidad y por lo tanto con
la misma presión.
También podemos ver aplicaciones del principio de Pascal
en las prensas
hidráulicas, en los elevadores hidráulicos, en los frenos
hidráulicos y en los puentes hidráulicos.
Hipócrates
Entre las obras más importantes de la Corpus hippocraticum está el Tratado
de los aires, las aguas y los lugares (siglo V a.C.) que, en vez de atribuir un
origen divino a las enfermedades, discute sus causas ambientales. Sugiere que
consideraciones tales como el clima de una población, el agua o su situación en
un lugar en el que los vientos sean favorables son elementos que pueden ayudar
al médico a evaluar la salud general de sus habitantes.
Aristóteles
Aristóteles, a quien
estudiaron con devoción los escolásticos medievales, tomó de Empédocles la
teoría de las cuatro raíces y la reformuló como teoría de los cuatro elementos,
y de la mano de la escolástica los alquimistas se aplicaron con entusiasmo –y
caprichosa ambición- para experimentar con los elementos aristotélicos y
recorrer el camino inverso al de los griegos, es decir, destilar las cualidades
esenciales del agua, el fuego la tierra
y el aire, como la pureza, el espíritu, la mónada, la trinidad, el
cambio o la transubstanciación para materializar así el cosmos.
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